RELATOS 34º al 50º y VOTOS PUBLICO

RELATOS 34º al 50º y VOTOS PUBLICO

Entre todos los que están llegando, aquí tenemos los primeros relatos seleccionados.
Puedes votar enviando SOLO desde la Web de www.lavisita.com en la sección CONTACTO, poniendo claramente NOMBRE y APELLIDOS, MAIL, en ASUNTO: 3º CONSURSO de RELATOS y en MENSAJE la valoración de 1 a 3.
Los criterios, será:
Relación con el Tema: Hosteleria, Cafés, Bares, Restaurantes…
Originalidad del relato
Estilo Gramatical y Ortográfico.
Esperamos vuestros votos, por que entre todos los recibidos, sortearemos un lote de libro, invitación a la cena para dos personas en Larruzz Bilbao, en la entrega de premios y un lote de Vino.
Solo será valido una votación por dirección de correo electrónico, no pudiendo coincidir direcciones distintas con un mismo nombre.
VOTOS PUBLICO.-
Nº 21 LA SEMANA DEL PINCHO 15 VOTOS
Nª 26 LA ESPERADA CITA 6
Nº 5 EL BARMAN 3
Nª 30 LA CENA 3
Nº 15 CASA FLORIAN 3

Nº 34 Cuest ión de edad
Acabo de encender el ordenador como cada tarde de sábado. Segundos después inicio un blog que fantasea con el amor : “este sábado tomaré un petisú de fresa en la discoteca The Brazen Head (abierta toda la noche) ;tengo unos labios súperricos” . Suena a confidencia suti l que embelesa. A decir verdad, es indiscreta como una abeja ronroneando ante el ramillete de amapolas, pero su sinceridad me excita. Aunque da miedo que puedan abordar la Web en Ciudad Juárez. Pero así es la esclavitud del ciberespacio.
Las mujeres son ar rogantes en el ar te de la seducción. Son como una tormenta de verano. Disf rutan host igando, sin que podamos hacer nada para evitar su granizo. Eso, si no nos par te alguno de sus rayos. A mi me agrada su f icción est i l ista plagada de metáforas. Coqueteo con sus ment iras para atraernos. En eso nos parecemos. La diferencia es que yo lo cuento como es,
sin metáforas. Soy de expresar lo que me viene en gana. A estas alturas disfruto con la contracultura y los escapes radiact ivos. Así que me he comprado unos bóxer pegadi tos, he volcado lo que quedaba del frasco de colonia “pour homme” , y sin cenar , voy directo a buscar a la espabi lada de Internet en la discoteca esa de San Francisco esquina con Ar rezaga.
En la entrada surge la pr imera tarascada. Junto al ropero está el chico listo que cuando aparece la pasma culpa inmediatamente al dueño. No digo que quisiera mangar nada. Hablo de que echa humo como si estuviera quemando rastrojos. Solo que esta vez, el humo huele a por ro l ituano más que el sudario de aquel Sabina que esnifaba cubatas subido en uno de los leones del Congreso. La verdad, no me ha venido mal la humareda. Para espantar la, he
movido el car tón de Internet que l levo colgado al cuel lo, y para el tercer meneo tengo a todas las veinteañeras de cul ito respingón f isgando. Siento no poder atender las, pero no me valen: demasiado infantiloides. Avanzo rápido entre el fuego y la música de Eric Clapton. Su gui tar ra comienza a sonarme muy crepuscular . Entre las dos pistas afano una cerveza de la bar ra y sigo hasta el fondo. En el tumulto me ha parecido que la espuma está sobada con
tequila, aunque no me quejo: ha sal ido barata. Eric sigue presionando y me adorno con var ios escorzos haciendo girar la pierna como prueba de mi sobriedad. Todo esto ya en la segunda pista y algo excitado (cansancio) . Acepto con dignidad que me sienta algo der rengado. Así que me acomodo en la par te más tranqui la del mostrador y pido un ir landés (¿será por lo de la
cena?) . Mientras voy recuperando una par te del resuel lo, me viene a la cabeza la f rase del ocur rente Groucho: “debo confesar que nací a una edad muy temprana” . Pido ayuda al barman para repasar la, y noto que comienzo a flotar . “Hoy no es mi cumpleaños” me dice el cur rela. “Pero tenía razón el bigotudo aquel, ¿a que sí?” le insisto. “Pague antes de que se le olvide” me conmina. Y ahora que recuerdo no lo he hecho, aunque lo cier to es que ha sido porque en ese momento Anabela ha surgido de las sombras.Hemos venido al apartamento, y mientras acabo este relato, voy notando el tirón muscular de la viagra. Es el secreto de cada sábado. La ci ta de aquel blog la guardo en una carpeta con clave. Es del mismísimo día (¿1972?) en que conocí a Anabela. Así que abro el Word y releo lo de los labios ricos.
Luego me observo en el espejo el vientre plano y las nalgas vaporosas, y salgo cor r iendo a buscar la. Discretamente voy logrando encer rar los muchos años en el cajón de la mesi lla. En el DNI me f iguran setenta y tantos (hebor rado el últ imo dígito del año) y a Anabela otros tantos, menos seis. Pero follando parecemos dos chavales. Eso sí, con la ayuda de la viagra y de unas cremas para la vulva que son (aparentan ser ) pecata minuta. Opino que los
gerontólogos deber ían estudiar este fenómeno (me ref iero al del archivo Word) . Aunque puede que revier ta igual desde el formato PDF, e incluso desde cualquier otro. Con mi edad, quizá todavía lo intente con alguna otra.
Nº 35 MICRO UNIVERSO

Se había decidido por la mesa más discreta en un rincón de la cafetería. No era un lugar elegido al azar, desde allí podía ver a través del limpio cristal con el nombre del local grabado junto a sendas tazas de humeante contenido. Los transeúntes discurrían a lo largo de la calle y los vehículos llenaban ésta de ruido y movimiento. Frente al café, un edificio alto de coloridos toldos con el nombre de unos grandes almacenes y un poco más adelante, se podían distinguir las altas copas de los álamos que presidían la entrada del parque.
• ¿Desea tomar algo? –
Dando un respingo Elena se vuelve a la muchacha que había desviado su atención del ventanal. La camarera, una joven de sonrisa afable ataviada con un pantalón y camisa negros espera paciente su respuesta. Se retira un mechón de su castaña melena tras la oreja en un gesto nervioso y mecánico.
• Tomaré un café, cortado por favor – Antes de que la joven se aleje alza la mano como si fuese a detenerla – A ser posible con leche fría… – La voz parece ir apagándosele a medida que termina de hablar.
Había llegado pronto, siempre lo hacía. Las voces alrededor lograban distraer su atención de vez en cuando y la lluvia fuera, lo hacía el resto del tiempo.
Un par de minutos después tenía el café frente a ella mientras agradecía a la muchacha el servicio.
Era un lugar acogedor, no demasiado recargado, de los que ahora se estilan, minimalista, elegante y cálido. Las mesas no estaban demasiado juntas entre sí lo que proporcionaba intimidad a quienes las ocupaban. A veces, cuando la tocaba esperar, Elena jugaba a imaginar las historias de aquellos que se encontraban en el local.
Como la parejita de enfrente, quizás no fuesen novios pero que a ella le gustaba el muchacho estaba claro por la forma en que evitaba mirarle a los ojos y cómo sonreía con cierta timidez. Compartían algo sobre la mesa, unos papeles, quizás estudiaban juntos, había tantos “quizás” posibles…
Sonríe mientras vacía la mitad del contenido del azucarillo en el café. Los cafés, los bares, son lugares especiales donde tienen lugar multitud de historias. Juventudes forjadas al calor de una mesa en un local que se convertía en sede de un grupo de amigos. Amores que comienzan en un tonteo en una barra, o por una mirada a través de las mesas. Negocios que se cierran o se abren sin la tensión de una oficina y compartiendo una bebida que suaviza el ambiente. El escenario de tantos acontecimientos importantes en la vida de muchas personas, aniversarios, compromisos, cumpleaños, declaraciones…
Y si todo ello cuenta con el trato agradable y llano de quienes lo forman, cualquier sensación se multiplica. El reconocimiento cómplice de un camarero que acostumbra a servirte. El saludo familiar tras la barra de quien te reconoce como habitual haciéndote sentir como en casa de un amigo.
Es como si el tiempo se detuviese durante unos momentos, apeándose del universo conocido para adentrarse en un micro universo variado e inagotable en el que a pesar de lo reducido del espacio en el que se desarrolla, cada historia es diferente y única.
• No sabes cuánto lo siento…lo siento de veras – La voz la trae de vuelta a su realidad, a su mesa y al lugar en el que está. Alza la mirada sonriendo comprensiva.
• No te preocupes – Mueve una de sus manos para posarla sobre la de él que no la aparta hasta un instante después cuando vuelve la camarera preguntando por la consumición.
Ambos se miran un momento, Elena intenta sonreírle transmitiéndole tranquilidad y él termina por hacerlo también.
• Cómo te va todo, no hemos podido hablar mucho desde la discusión – Sigue sin peinarse antes de salir de casa, pero ahora no estaba ella para recordárselo antes de salir por la puerta.
• Bien, bueno, ya sabes, intentando poner orden en medio del caos – Sus ojos la observan a su vez con detenimiento – ¡Te has cortado el pelo!.
A pesar de lo que intentara negar después, una risa coqueta escapa de sus labios y su mano toca las puntas recortadas a la altura del hombro.
Sus pensamientos vuelven a volar por el local. Sí, eran lugares cálidos con infinidad de historias, en las que también cabían finales no muy felices. Amparo de solitarios, desahogo de sueños rotos e incluso, espacios donde se desarrollaban rupturas quizás más contenidas que en cualquier otro lugar, como la de ella. Aquella tarde, la cafetería sería testigo del civilizado fin de su matrimonio.

Nª 36 PRINCESAS Y RANAS

Mientras Olvido se cambia en la habitación, abajo, en la cafetería, su novio, Svetozar, está sentado a una mesa delante de una gran jarra de cerveza. Un poco más lejos, dos mujeres, una rubia y otra castaño, charlan, ante una taza de café, y a su lado, una niña bebe un líquido naranja. Otros clientes permanecen junto a la barra. De vez en cuando la mujer rubia lanza miradas a Svetozar. La niña se pone a jugar entre las mesas y se fija en Svetozar, que le guiña un ojo. Se acerca y le dice: “Me has guiñado un ojo. ¿Por qué?” “Porque me caes bien”. “No pronuncias bien el español. Eres de otro país”. “Soy serbio”. La niña se queda pensativa. “¿Por qué te caigo bien si no me conoces?” “Porque sí”. “Y ¿por qué sí?” “Porque sí es porque sí, si no, sería porque no, ¿queda claro?”. “No. ¿Por qué eres tan grande?” “También porque sí. ¿Queda claro?”. “No, no queda claro”. Él ríe y le pregunta: “¿Cómo te llamas?”. “Jimena”. “Jimena es un nombre muy bonito. Y tú también eres una niña muy bonita”. “Ya sé que es un nombre bonito, por eso me lo puso mamá. Y también sé que soy una niña bonita; todo el mundo me dice que soy una niña bonita”. “Ah, eso sí queda claro”. Bebe un trago de cerveza y se seca el bigote con el dorso de la mano. “Mamá no me deja secarme con la mano. Dice que hay que usar la servilleta”. “Las mamás muchas veces tienen razón. ¿Quién es tu mamá?”. Jimena se vuelve. “Aquella que tiene el pelo rubio”. “Tu mamá también es muy bonita”. “¿Te gustaría casarte con ella?”. “Eh, bueno… ¿No tienes padre?”. “No. Ella ha dicho a su amiga Dora que eres un fenómeno de la naturaleza, un enorme simio, pero un simio muy atractivo”. El hombre ríe con ganas. Las mujeres lo miran. La mujer rubia llama a la niña, que se acerca a la mesa y la escucha. Luego, tras beber un sorbo, se va acercando con disimulo de nuevo a donde Svetozar. “¿Por qué tienes tantos pelos en el pecho y en los brazos?”. “Ah, eso ya no es porque sí. Mi padre era muy peludo y mi abuelo mucho más y mi tatarabuelo, muchísimo más, y así hasta llegar al abuelo primero, que era parecido a un simio”. “Claro, por eso pareces un gorila”. El hombre ríe y vuelve a beber. “¿Y también tenían una tripa tan grande?”. “No, no. ¿Quieres saber por qué tengo una tripa tan grande?•. “Sí”, dice y da una vuelta alrededor de la mesa jugueteando con los dedos, que suben y bajan por los respaldos de las sillas. “Sabes, tienes cara de lista”, le dice él. “Ya lo sé. Me dicen que soy una niña muy espabilada. Y lo de la tripa, ¿qué?”. “Ah, la tripa. No se te olvida nada. Como creo que puedes guardar secretos, te lo diré. Me gustan mucho las ranas y las princesas, así que, cuando voy al campo y veo una rana, la meto al estómago por si puede ocultarse una princesa dentro. Luego, al llegar a casa, la suelto en el estanque”. La niña mira hacia la tripa, pensativa. Le dice: “Yo sé un cuento de una princesa que se convirtió en rana y, luego, en princesa otra vez”. “Yo a las ranas más bonitas, en las que creo que se puede esconder una princesa, las desencanto y las convierto en princesas. En este momento tengo una arriba en la habitación”. “¿Cómo se llama?”. “Olvido. Estaba olvidada la pobre dentro de una rana”. “¿Me la puedes enseñar?”. “Claro. Dentro de un poco bajará”. “¿Y no se ahogan con tanta cerveza que bebes?”. “No, no, las ranas son anfibias. Pueden vivir en la tierra y en el agua, o en la cerveza. A mis ranas les gusta mucho la cerveza”. “¿Y no croan?”. “Sí, a veces, sí. Escucha”. “Se oye poco”, dice ella. “Es porque tiene que atravesar las paredes de la tripa y la camisa”. “Y ¿para qué quieres tantas princesas?”. “Eres espabilada, ya veo. Las tengo en una casa de campo hasta que vea que un príncipe anda buscando una, y se la presento. A veces, alguna princesa tiene envidia de otras y riñe con ellas, entonces la convierto en rana otra vez como castigo, y otras veces, me canso de jugar y viajar con la misma princesa, la hago rana y me la meto al estómago y convierto a otra rana en mi princesa favorita”. “¡Pobres ranas!, ¡pobres princesas! Con razón dice mamá que eres un fenómeno de la naturaleza”. Él se echa a reír. Olvido entra en ese momento en la cafetería y se acerca a la mesa. Viene con la frondosa melena negra recién lavada y peinada. Lleva un vestido rojo con algo de escote. En el cuello luce un collar plateado con pequeños colgantes en forma de pepita. Las dos mujeres se quedan mirándola, así como los de la barra y el camarero. “Jimena, te presento a mi princesa. Princesa Olvido, te presento a Jimena”. Olvido saluda a la niña, sonríe y le da un beso. “Qué perfume, qué bien huele”, dice Jimena, “Y. qué vestido tan bonito. Pareces una princesa de verdad”. “Claro que es una princesa de verdad”, dice Svetozar. “Pues ten cuidado, porque cuando se canse de jugar y viajar contigo, te volverá a convertir en rana, te meterá en su tripa y se irá con otra princesa sacada de otra rana. Dice mamá que es un fenómeno de la naturaleza”. Ellos ríen. La mamá y su amiga se levantan y llaman a la niña. Svetozar, cuando Jimena pasa cerca de él, le dice: “Adiós, princesita”. “Yo no quiero ser princesa, no quiero ser convertida en rana y tragada por un fenómeno de la naturaleza”, responde la niña.
La cara de la madre de Jimena enrojece, y de Svetozar sale una sonora carcajada.

Nº 37 EL BAR…, MI BAR
Donde mi corazón umbilical se cerceno y mis agudos lamentos alertaron a la familia y clientes. Llanto y alegría fusionados, y felicitaciones mutuas por el advenimiento, uniendo familia y parroquianos; nuevos padres, primicia para los abuelos, tíos por primera vez, motivo de algarada en la clientela…¡el calostro lo mame a un tabique de la taberna de mis abuelos!
Mi niñez, plagada de vivencias preñadas de ingenuidad: las primeras piras, los primeros pitillos; el escayolamiento del brazo de mi tío por accidente de bici; su primera embarcación ( hecha de lona y tablas por el mismo), tragada por las aguas de la ría el día de su botadura, junto al ayuntamiento de Bilbao. En las mismas escaleras en que poco después, posábamos los flotantes preservativos que pescaba, acompañado por mis amigos, con un palo. Amalgama de recuerdos junto al principal divertimiento: la pelota mano, practicada diariamente en la fachada del frontón euskalduna y en los edificios adyacentes.
Ocurrió en aquellos días un hecho impactante, que tragararon mis ojos y mis oídos con un acelerón de mi corazón. Fue un día que oí gritar a mi madre con alarmante voz, requiriendo la intervención de mi abuelo, el cual se encontraba sirviendo en el mostrador: ¡Aitite que nos roban! Dos ladrones trepaban en aquel instante, ayudados por un tercero que los aupaba, al entresuelo donde se guardaba el grueso de la recaudación. Instantes después, mi abuelo colocaba un taco de billar, a modo de pajarita, en el cuello de uno de los maleantes, inmovilizándolo contra la pared, mientras mi garbosa abuela tocaba con la punta de un enorme cuchillo la tripa del otro. Cuando la policía llego, mi madre señalo al sorprendido tercer caco como cómplice de los otros dos.
Pero aquella desordenada niñez, dio paso, con el infatigable deseo de hacerme mayor, a la pubertad, y con ella al hermanamiento con la gente andaluzi al crearse la peña andaluza dentro de las dependencias del bar. Por aquel entonces nació mi amor a la copla.
Fue por aquel entonces cuando comencé a percatarme del cambio fisonómico que se iba produciendo en los componentes de aquellas maravillosas cuadrillas, que en su recorrido diario de tasca en tasca, alegraban con canciones inolvidables a cuantos les escuchábamos. El cambio se iba produciendo por el poteo de mañana y tarde, el cual se iba fulminando, si piedad, a aquellas personas tan cercanas para mi. Era la otra cara de la moneda que mi niñez no había sabido apreciar.
Después a los dieciséis años y con una mala premonición en mi corazón y mis entrañas crujiendo de angustias embarque para México; el hermano de mi padre me ofrecía un buen porvenir a su lado. Vino a despedirme de Santurtzi todo la familia. El momento fue crucial, antes debía vencer , anímicamente, con mi ilusión y compromiso de ir a México, la enorme tristeza que me corroía por dejar a los míos.
A los dieciocho años regrese. Era ya imposible para mi vivir fuera mas tiempo alejado de mi gente y de mi pueblo. Pero el ilusionante regreso se vio enturbiado por la noticia del traslado de la taberna. Y así fue como la premonición que ardió en mis adentros al ausentarme se cumplió. ¡Ya no vería jamás el Bar abierto ni a mis abuelos junto al mostrador! Hoy es el día que aun sueño con mi amada taberna.
Nº 38 CALZADA DE TLALPAN
Son las 10:00 p.m. y la luz de neos serpentea las sombras de las chicas y chicos que caminan por la gran avenida, Carmen de gruesos labios color carmín espalda ancha y tez morena como la de una virgen que se crucifico para salvar a los pecadores de la carne, espera la llegada de alguien que le cambiara por placer su existencia, acostumbrada a esta vida nocturna, el precio es de $ 500 pesos más el cuarto de hotel a y de paso pues algo de beber tal vez tequila o bueno lo que el cliente ofrezca, llega un automóvil de mediana calidad y marca, ¿cuanto preciosa, sube al auto y se enfilan en dirección a la autopista a el lugar conocido como el mirador, desde ahí se observa una vista panorámica a la parte sur de la ciudad, es quizá pos su ubicación uno de los mejores sitios para arrojarse a la lujuria y los placeres de la noche, en eso estaban al entrar a la habitación ya había servido una botella de vino espumoso, decía el galán la espuma me recuerda la arena, la playa y el hotel con alberca que visite cuando era una persona con el pelo largo y la cara suave, la piel ligera y sin canas, la vista era una hermosa vista desde lo alto de un cerro se podía admirar los yates y barcos que cruzan la bahía y reflejan en lo azul del mar y el cielo la tranquilidad del viento, podía permanecer por horas sentado desde la pequeña vista del balcón a esperar que el sol se perdiera tras las olas y ver de nuevo el amanecer escuchando algo de música que me acompañara, la pregunta seria y solo podías disfrutar de esos momentos, Carmen reviro y quedo callada, muda y al rato sollozo diciendo, de donde soy había unas cuantas chozas eso si se perdía el tiempo en el calor asfixiante de la costa y ahí pocas son la habitaciones que se alquilaban para los visitantes. Sixto encendió la radio “Olvida ya la tarde que te ame tirados en la arena que yo ya olvide y se feliz…” He guapo no puedes poner algo más alegre o más romántico reprocho Carmen mientras se retiraba el porta bustos y caminaba despacio a la presencia de el, tirado en la cama semi desnudo aguardando la robusta y perfumada joven.
Nº 39 BRINDIS POR JAVIER
Vino para todos la casa invita hoy, pero antes una historia les contaré. La voz de Javier denota melancolía. Hace treinta años un enigmático anciano ocupó esta mesa. Era de madrugada y en la taberna además del longevo, permanecíamos mi gata y yo. Con afabilidad me interpela el viejo. Ha cumplido cincuenta años e inicia su declive, ineludible candidato para adefesio. Si lo desea podemos evitar esos achaques. He venido a garantizarle treinta cumpleaños con impecable salud y vitalidad, libre de posibles accidentes o enfermedades, le ofrezco la plenitud total. De la propuesta se infiere una condición indispensable, en la noche de su aniversario ochenta dormirá y no despertará. Mañana al amanecer, una paloma negra lo visitará y de acceder a este pacto, permanecerá con usted. En caso contrario la expedirá con su negativa.
Larga noche de meditaciones encontradas, de pensamientos reñidos, mientras la parte débil del ser humano sucumbe ladinamente a las tentaciones, hay también instantes de entereza, de rechazo a la felicidad importada, a la mentira del bienestar condicionado. Desconcertado, apenas logré dormir. Amanecí rememorando el drama acaecido y en la ventana, el ave enunciada despejaba dudas. Las prerrogativas del ofrecimiento estaban claras, pero estimar solo las ventajas era muy simple, debía justipreciar la denominada condición indispensable. Vivir deduciendo el tiempo que nos queda, sería una desdicha insoportable para mi salud mental, además los seres humanos vivimos en sociedad y pertenecemos a ella por la similitud natural de nuestros derroteros.
Con la alborada se imponía la decisión. Concluí no aceptar pactos con mi vida, aunque ajeno aún estaba que en un rincón de la estancia, rodeada de plumas negras, pudría su improvisada cena mi insaciable gata Tana. El silencio imperaba en la cantina cuando el tabernero Javier levantando su vaso, se permitía brindar por su onomástico ochenta, el último de sus días.
Nº 40 AMANECER EN EL EDÉN
Las sábanas de algodón todavía oliendo a lavanda me saludan cuando los primeros rayos del sol de primavera, que empieza a levantar por el horizonte de la montaña, se introducen por la ventana de la habitación cuya terraza apunta a ese horizonte, a esas montañas, cuyas últimas nieves se derriten a medida que la nueva estación se va asentando en la región.
Me apetece mucho más que estirarme, por las dimensiones de la cama más allá de no ser para una sola persona, el olor de las sábanas, la luz que va engalanando toda la habitación, la sensación de estar imbuido entre algodones frescos de un colchón suave.
El edén después de una noche totalmente plácida, merecedor tras semanas y semanas de intenso trabajo, conseguido el logro de terminar lo que por muchas de ellas, varios meses que casi suenan muchos años, en el que he estado sembrando días y días, y recomponiendo el cuerpo para hacerlo más maduro, ávido con el paso del tiempo.
Este fin de semana quería el escondite perfecto para hacer la parada que buscara y encontrara el camino a seguir de ahora en adelante.
Impregnado en lavanda, ahora envuelto en una bata soltando perfumes de frutos del bosque tras una ducha con gel y jabones de aloe y manzana, me dirijo a tomar el desayuno en la agradable cafetería, arrastrado por el olor del café y las tostadas recién hechas empapando el ambiente.
Toda una ceremonia que va a dar con el inicio del día D, que en los anales de mi diario quedará marcado como el día en que sin ser más que lo que soy me sentí además príncipe en este Hostal Restaurante de montaña. Y todo será apenas el comienzo, que volverá cuando llegue de nuevo la noche y mañana el sol de primavera quiera drogarme nuevamente colándose por la ventana.
Nº 41 SE ACABARON LAS OLIVAS

De acuerdo, señor comisario, hay demasiados cadáveres en este barrio anodino y muy pocas respuestas a sus preguntas oficiales. Hay de que estar consternado y con razón, yo la entiendo. Encima, como usted me comenta, sus respectivas huellas dactilares no constan en ningún archivo y nadie los reivindica para enterrarlos como Dios manda.
Ya. Fíjese en el calor. En las aspas grasientas del ventilador ahí arriba. En la mosca que lleva cuatro días atrapada en use cenicero metálico pringoso y nadie se atreve a apagarle un cigarrillo encima. En mí con mi muleta que uso cuando no se me olvida. Cuando el coñac no me envalentona y me hace llegar a brincos hasta la puerta de entrada.
Se han muerto, eso es todo, son cosas que le pasan a cualquiera.
Mari, es que se lo tenía merecido, por rubia, presumida y cotilla. Vestía como una mala pécora y tenía una voz desgraciada. Además, en la vida, le oí decir algo bonito o agradable. No nos hacía falta una camarera así. La gente sin gracia por lo general no tiene porqué seguir existiendo: hacen circular el mal rollo en plan bola de nieve, y luego se producen aludes cotidianos y nefastos. Pero no estoy confesando, cuidado: tan sólo me alegro de que alguien se haya encargado de hacerlo. Fumaba, mandaba e imponía su ley de andaluza creída. Llegamos a estar tan hartos de ella que el relámpago de sus ojos bonitos se transformó en una señal intermitente como de obras en la carretera, y a todo el mundo le gusta que el firme se vuelva a poner en condiciones cuanto antes. Por cierto, desapareció sin dejar rastro de sí, aparte de ese paquete de Ducados que ve en la estantería de la derecha. Quedan exactamente ocho, que a nadie le apetece fumar.
Y Bilal, el marroquí, vaya pieza. Pasos elásticos y nerviosos sin pausas entre uno y otro. Me daban una envidia cochina. Tejanos apretados y cicatriz alusiva entre mejilla y mentón. Camisas holgadas regaladas al viento. Costillas qe se podían contar sin radiografía. Pequeños abdominales marcados sin mérito, y chulería para dar y vender. Juventud de la sana y desperdiciada. Azarosas afirmaciones. Amistades semi-peligrosas. Ése era Bilal. Pasaba y no pasaba. Nunca se detenía a pensar más de lo que hiciera falta. Se sospechaba por ahí que actuaba por instinto con una claridad aplastadora. Las cosas le iban bastante mejor que a los que nos comemos el coco y le damos más vueltas a nuestros asuntos que el centrifugado de las lavadoras a los trapos. Yo no lo juraría, pero a él le suprimieron por no verle más con esa sonrisa superior e inefable apoyado a la más ociosa pared con aire de tener negocios apacibles y prósperos.
Un asalariado cualquiera se lo cargaría, comisario, un viernes por la noche, con todas esas horas de curro infructuoso encima. Amen.
Y mire cómo llueve: treinta y siete días contados. La depresión empieza a hacer mella en el tejido cerebral; se mece como una araña haragana en el medio de una tela temiblemente elástica. Los niños lloran por nada. Los japoneses cogen navajas evocando antiguas katanas y llevan a cabo matanzas insensatas en puntos neurálgicos de sus ciudades; están hartos del mundo. La poderosa humedad crea lombrices bajo las esterillas y gusanillos en las mentes.
El vendedor de la ONCE ha desaparecido. Usted y yo lo sabemos. Era una presa ideal. No tan ciego como debido, pero lo suficientemente estático como para representar un buen objetivo. Te maldecía peor que una cíngara pordiosera cada vez que te negabas comprarle uno de sus repetitivos boletos. ¿Usted cree en los números, comisario? ¿No siente que la matemática vive una existencia a parte, brillando lejana y superior sobre nuestros cutres y desordenados destinos? ¿Cómo se supone que nos puedan rozar esas cifras pijas, banqueras, logarítmicas? El vendedor de la ONCE, cierto Manuel Izarreugui, bajaba no se sabe de dónde ya que se desconocía su domicilio. Se otorgaba identidades alternadas según los días pares o impares y tejía alrededor de su persona una enmarañada trama de anécdotas más o menos repelentes. Se murmuraba por ahí que mantenía relaciones sexuales con perros del vecindario a los que atraía con latas de comida formato familiar, pero ésas quizás sean malvadas ilaciones de alguna víctima de sus bofetadas matutinas. Porque por la mañana Manuel más de una vez llegó a darle un guantazo muy poco minusválido al incauto no comprador del momento.
A Izarregui le encontraron en pedazos, n’est-ce pas? bajo el puente de la C-32. Por descontado. Un gran clásico. Casi banal. Demasiadas novelas policíacas. Ya cuesta esmerarse en un asesinato original, de estos tiempos.
La ONCE repone su personal sin problema en un mundo con tan poca perspectiva. Un paquete de basura negro gigante y ciao Manuel, nadie te espera en la morgue.
Yo sé por qué usted me aprieta encuesta tras encuesta: soy el único sobrevivido en este local apestoso. Ocupo mi espacio en silencio tirándome pedos mefíticos, me aclaro la garganta con cierta frecuencia, y escupo apuntando a las negras ranuras entre baldosa y baldosa. El color de este suelo deprimiría a cualquiera. Sé que tras sus visitas usted ha de tomar pastillas. Sé muchas cosas y me callo, me hago el interesante. No hay pruebas para detenerme, y torturar en público queda prohibido. Por esta calle chivata pasan fantasmas muy vivos, testigos oculares en potencia. Encima, por si no lo sabe, soy oficialmente intocable: pensión de invalidez. Me caí de un andamio. Y no llevaba ni casco. Así se quedó mi cabeza: solitaria, confusa. Y empezó a crear elementos ajenos. Creo que le voy a ayudar, sin embargo, ya que no tengo mejor cosa que hacer, en esta tarde lluviosa.
No pierda su tiempo precioso en enumerarme la gente que ha ido esfumándose por un tubo, a un ritmo sostenido. Nos encontramos los dos en el centro de un gran teatro vacío. Se llama la escena del crimen. El policía y el sospechoso.
Estamos ambos cansados, mal afeitados, y sentados en postura anti-ergonómica. Nos huele el aliento por culpa de los mismos malos hábitos. El concepto de limpieza y alegría habita un planeta antitético al que nos acoge aburrido. Lo único es que usted aún se cuestiona, y yo ya acabé todo mi diálogo. Sólo falta inmortalizarlo por escrito.
Usted me da pena y rabia y una pizca de remordimiento creativo.
Ha llegado la hora más triste: la de la verdad, comisario. En cuanto me decida a hablar y salga a flote el entero complot, se acaba mi última diversión y yo, como usted, ya me esfumo.
Cuesta despedirse de este mundo, aunque sea ficticio.
Dejemos que los minutos finales sean como siempre emblemáticos. No nos perdamos la fugaz ocasión de hacer parte integrante de la literatura.
No hay delito porque no hay personajes reales. Me los inventé aquí mismo en horas de vacío existencial, y cuando me enteré con dolor de que no podían darme ni fama ni éxito, me los cargué uno a uno, de forma sistemática y ausente. Deshacerse de criaturas ficticias es tan fácil como rellenar boletos de lotería. Es más, se le coge un vicio insulso y adictivo, y al final no dan abasto con el ansia destructiva del mísero creador de celulosa. El mono de Dios, así nos dicen. Total, que usted, entérese, no existe. Es fruto de una tarde muy parecida a la de hoy, en la cual yo me devanaba los sesos desesperadamente sobre cómo mejorar la atrofiada situación de mi cerebro elevando los niveles de interés hasta alcanzar un tope decente, digno de tener séquito.
Usted me salió de golpe y sin esfuerzo, siendo uno de esos personajes tan clásicos que se acaban describiendo por sí mismos. Tuve que añadirle unos cuantos cadáveres alrededor y un par de colegas ineptos para que pudiéramos seguir juntos en eso más tiempo.
Me sentía muy solo, y no había nada, aquí, capaz de entretener un alma inquieta, sedienta de imprevisto e intriga. ¿No se ha fijado nunca en cuántos detalles se me parece usted? Culpa de un vicio narcisista de quien se piensa crear y en realidad se imite, principalmente, a sí mismo.
Me inventé un barrio entero de víctimas potenciales tan sólo para su diversión, y ahí se me fue un poco la mano, a decir la verdad. Pero eran muchos, hacían ruido, y encima, como suele pasar, tomaban caminos distintos a los que yo había decidido. Criaturas indisciplinadas no aptas para palmarla en silencio ni para proporcionarle un duro al que las sacó de la nada; seres pretenciosos e inútiles como ya había encontrado a miles a mi paso por el planeta azul.
Los únicos que valen la pena somos nosotros dos, sin embargo ahora usted no se da por vencido ni quiere entender que no hay respuesta a su ráfaga de pertinentes preguntas que se empalagan suicidas en entre la barra, el techo, y un más allá improbable.
Cállese, comisario, y escuche las gotas cayendo ahí afuera. Cuando llueve, toca mojarse, y cuando hace tanto calor, no hay aire acondicionado que sirva, por lo menos en la ficción literaria, que es bastante más espesa y creíble que su perfectible modelo.
Nos moriremos juntos, colega, mirándonos a través de un espejo invisible, con un sutil amago de sudor entre escápulas y honradez, sabiendo quién mata a quién y por qué.
Por cierto, la verdadera tragedia es que se acabaron las olivas.
Y nadie ya las repone.
Y a mí se me cae la pluma.

Nº 42 EVASION

Mientras anochece la sensación de subirte a una nube se apodera de ti. La noche es una amiga, una amante que te va seduciendo y liando. Poco a poco o de golpe. Y la calle, con sus luces y sombras, parecen reclamarte. El día puede ser más o menos agradable, pero la noche… La noche es tu sino. La aliada de todas tus emociones secretas. Adolescentes ellos, eran la presa perfecta.
Y allá que iban, desafiantes. Sin miedo a nada. Cruzaron la calle y se adentraron en el maremagno de luces y gente. Todo, absolutamente todo, parecía reclamarles. No estaban dispuestos a defraudar, acudían fieles, devotos, a la llamada. Llamada a la que pronto se sumaron, irremisiblemente. Como si fuesen gotas en busca de un mismo charco. Gotas sin identidad esperando crear su propio espacio vital. Y aunque nadie nunca se preguntaba qué es lo que se busca en tantas y tantas noches perdidos en alcohol, diversión, y cosas que es mejor no mencionar, era obvio que la reflexión no estaba de más. Sólo disfrutaban del momento. Pues, ¿qué importancia tenía? Era sábado noche. Lo demás carecía de importancia. Gotas. Gotas que creen ser algo cuando vuelan libres. Que se pierden al caer al suelo.
La noche transcurría, y estaba resultando de lo mejor en meses. Se encontraban exultantes, exaltados. Aún era pronto. Tres y media de la madrugada. Pero muchos de los pubs de la zona comenzaban a bajar la persiana. Sin embargo ellos, como auténticos vampiros sedientos de sangre, no estaban por la labor de abandonar la noche a las primeras de cambio. El ambiente nocturno era excitante en todos sus sentidos. No lo podían, ¡ni querían!, abandonar. Decidieron por tanto pasar por el Long Play. Todos menos José, porque llevaba una encima que ya ni se tenía en pié, riendo y trastabillando cada dos por tres. No frecuentaban en exceso dicho garito, pues las copas allí eran un tanto caras para chavales como ellos. Eso, y que el ambiente de aquel lugar no les satisfacía en exceso. Sin embargo era uno de los pocos que resistían y alargaban su horario más allá de las cinco de la madrugada. El cierre casi siempre lo dictaba el titubeante sol del amanecer, cuando no una patrulla de la policía. Con lo que se les antojaba un digno final a una noche de descontrol absoluta. Eran de los que pensaban que si sus madres se empeñaban con aquello de que regresasen pronto a casa, ¿qué mejor que hacerlo de día, con la luz del amanecer?…
Entraron en el Long Play haciendo una reverencia a modo de saludo a los dos porteros que, como si de armarios empotrados se tratasen, ocultaban más de la mitad de la entrada con sus cuerpos. Sus rostros los parapetaban tras enormes gafas oscuras… Auténticos animales. Obtuvieron permiso para entrar, no sin esfuerzo, y al hacerlo tuvieron que meter a empujones al irascible de Alfonso, al molesto de Alfonso, que casi mandando a tomar por culo a eso dos y su garito de mierda, se zarandeó de lado a lado, adrede, chocando contra ellos.
Una vez pasado el trance, ya dentro, apoyado en la barra del bar y navegando bajo los efectos del alcohol, se relajó. La mala ostia se transformó, primero en incredulidad, y posteriormente en un ataque camicace de hormonas cuando, apenas olvidado el suceso, cubata en mano por cierto, vio pasar ante sus ojos algo maravilloso. Como un ángel caído del cielo. Y es que se dice que no hay mujer fea sino cubata de menos, y allá cada cual con sus razonamientos. Aun sobrio, aun con los ojos cerrados, percibiría semejante belleza. Se decía.
La sensualidad que irradiaba en cada uno de sus gestos hizo estremecer hasta el mismísimo creador. Tierna y bella a la vez; al menos así es como él la veía. No en vano, si Afrodita levantase la cabeza descubriría horrorizada cómo había sido destronada, pues había nacido una nueva diosa, ésta de carne y hueso. Sí, era tan perfecta, tan real, que el sólo hecho de mirarla le hizo daño. Porque el anhelo de mirarte, cuando imaginarte apenas puedo, fue una extraña frase que se amarró a su piel, carne y hueso de su ser, que le vino como anillo al dedo.
Se hallaba a escasa distancia ¡Casi podía tocarla! Pero eso era algo, aunque físico, inalcanzable. Casi podía verla con sólo cerrar los ojos, y al hacerlo no veía nada más que oscuridad. Casi podía sentirla al imaginarla, pero el goce se transformaba en dolor. Casi… Y el alcohol, lejos de envalentonarle, esta vez le impidió obtener nitidez. Nitidez para pensar, descifrar todo lo percibido para actuar en consecuencia. Esta vez no podía dejarse llevar por su habitual patrón de conducta, no. Sin embargo, actuar en consecuencia era actuar en semiinconsciencia, fluctuando entre el deseo subconsciente y la aparcada cobardía. ¿Cómo hacerlo entonces? Pero sintió algo más, algo que le dejaba en evidencia, más allá de la mentada cobardía: Un irrefrenable acceso de rabia y desesperación. ¡Esa clase de mujeres no estaban hechas para tipos como él! No estaban a su altura, y nunca lograrían estarlo. Princesas de la noche eran que, como las Meigas, haberlas ahilas. Mas, ¿quién conseguiría ser dueño de sus caricias?… Sentía que ni tan siquiera llegaba a la altura de sus zapatos. Y no le importó. Por una vez humilde. Tan sólo pidió que la embriaguez nocturna no le impidiera, y le permitiera recordarla al amanecer. Eso fue todo.

Nº 43 Ongi etorri
Él me acariciaba con sus dedos cuando me llevaba al baño. Yo deliraba de gozo ante la intimidad a la que él me exponía. Apenas nos habíamos conocido unos minutos antes, frente a los pintxos en la barra del bar y ya nos habíamos besado. Sus labios me dieron, debo confesarlo, los mejores besos con sabor a pintxo de anchoa de todo Bilbao… Bueno, tampoco es que yo me haya besado con muchos vascos… La verdad él es el único que me ha besado y me ha poseído. ¡Y ahora no me suelta! Y bueno, tampoco es que haya probado muchos pintxos en mi vida, pero recuerdo muy bien las anécdotas de mis hermanas, de mis primas y de mis amigas que siempre se quejaron de su suerte en los bares bilbaínos. Yo he tenido la fortuna de caer en manos de Josu. Así se llama éste chico atractivísimo y maravilloso que da unos besos con tortilla; besos con aceituna, anchoas y aceite de oliva; besos con jamón que son más que morreos. ¡Así sí que vale la pena probar pintxos…! Él me besó una y otra vez allí, en la barra. Acarició mi cuerpo como se le antojó. Unas veces con furia, otras con menos fuerza. (Total, yo no sé decir no. Y a él le encantaban las caricias que yo le procuraba. (No le importaba que la gente le viese acariciarse conmigo tan frenéticamente. Y reconozco que siempre es él quien se restriega a mi cuerpo con esa fuerza, con esa frenética pasión y yo siempre accedo a sus deseos… Lo digo con orgullo. Aunque muchas de mis compañeras de oficio se quejan del trato que nos dan en los bares. Yo mientras esperaba mi momento de salir al ruedo, me dediqué a atraer un mejor futuro para mí, imaginaba que un día podría brindar mis favores a un chico como él, bien colocada en la barra de un bar, sabiéndome deseada por todos los que se acercan, que me buscan llenos de ganas de acariciarme, atraídos por mi limpia estampa, mi suavidad, mi discreción. (En mi oficio hay que ser discreta y eficiente).
Hoy he conseguido lo que muchas de mis colegas han ansiado siempre, pertenecer a un hombre, guapo, hambriento, que viene a una a saciarse. Un hombre con el que me he besado. Y no lo puedo negar. ¡Él me gusta! Y sé que no le soy indiferente). Y me lo corroboró cuando tuvo ese divino arrebato y me hizo acariciarle el pecho y otras partes bajas del cuerpo luego que se le levantara el espíritu… (¡Uyyy cómo me pone el Josu…!)
Bueno, en ese momento él también hablaba por teléfono con una tal Patricia, y se chorreó un poco del aceite de oliva de un pintxo que se comía mientras hablaba con la boca llena con la fulana. Él estaba muy entretenido (conmigo), hablándole a la Patricia y comiendo su pintxo. Al final quedó para verse mañana en la noche con la susodicha, que, tenía voz de hambrienta, pero no de pintxos de tortillas sino de carne cruda, y quería repetir la dosis, según él. (Un poco cutre la Patricia, me parece a mí).
Me decía a mí misma, mientras lo veía orinar y jugar con su largo instrumento haciendo figuritas con el chorrito en el fondo del wáter y sin soltarme, ha sido tanto el manoseo de él hacia mí y su necesidad de pasar a mayores que no esperó y quiso no retrasar más lo inevitable y me llevó al servicio decidido a… (Mejor no lo digo. No es propio de mí hablar de esas cosas, por obvia que parezcan).
Al salir del baño, (lo confieso) me empecé a sentir vieja, indecente. Me sentía pesada, manchada de la grasa desprendida de la tortilla, y de todos los pintxos que él comió. Él (en cambio), se mantenía aún en su loca juventud. Ya no parecía querer besarme, pero yo deseaba su furia… (Yo quería devorarlo, quería la fuerza y el calor de sus labios. Se mantenía intacto mi deseo de volverlo amar).
Una vez fuera del baño, no sé por qué, pero sentí que el final llegaría… Él caminó hacia la barra tomó su bolso, su chaqueta y me dejó. (Me abandonó sin explicar por qué. Qué poco duró su amor. Yo quería sentirme en sus labios y lo llamaba, pero Josu… Yo quería su prisa por volverme amar. ¿Cómo sacarme ahora este amor? Nadie me dijo que moriría de amor). Él me dejó tirada allí donde me encontró, en la barra del bar.
Pero pronto entró un chico al bar y paseó su mano por la barra, me tomó entre sus manos un instante y luego me dejo caer… (Todas mis antiguas compañeras al verme caer gritaron, “ongi etorri”. Otras colegas susurraron, a mi espalda y en tono bajo, allí cae esa, que se creyó que podría ser algo más que una simple servilleta de bar.
(Fin)

Nº 44 4 AÑOS

– Oye tío, esa chica de rojo te está mirando.
– ¡Qué dices! No te oigo… Habla más alto que con la música no te puedo oír.
– ¡CHICA! ¡ROJO! ¡DELANTE!
Asomo la cabeza por encima de la barra y miro hacia donde el compañero me señala. Afrodita ha descendido del olimpo para tomarse una cerveza y nadie me ha avisado hasta ahora. Cabrones… me hubiese preparado mejor. Mentira, estaría igual que ahora pero acojonado. Intento seguirle el juego de las miradas pero es sábado por la noche y el pub está lleno. Litros de cerveza salen del barril para entrar en alcoholizados clientes.
Llevo 4 años en este lugar y muchas chicas me han sonreído, pero desde luego nadie como ella. La chica me está mirando pero está al otro lado de la barra y no es mi zona. El jefe nos lo tiene más que avisado, “cada uno en su sitio y a ligar a la puta calle”. Puedo pasar de todo y acercarme a hablar con ella, pero estoy vigilado y no puedo perder este trabajo. Tengo que pensar, puede que si…
– ¡Camarero! Dos San Miguel.
Capullo, pienso para mis adentros mientras las busco, me jodes la planificación de mi maravillosa treta de conquista para pedirme dos San Miguel. A quien se le puede ocurrir venir a un pub irlandés y pedir semejante “cerveza”… En fin, el cliente siempre debe tener la razón, aunque sea idiota.
Debido a los 4 años que llevo aquí, soy capaz de desenvolverme perfectamente por la barra con los ojos cerrados, conozco cada hueco del local, cada esquina donde la gente cree que no nadie mira. Todos los bármanes conocen esos entresijos. Son lugares donde los clientes creen que no les pueden ver y aprovechan para hacer cosas que no deberían, digamos que ilegales: cocaína, porros, beber alcohol procedente de fuera del local… Uso mi triste superpoder para buscar las cervezas con la intención de seguir con el juego particular que mantengo con mi futuro, pero algo va mal. Ya no me mira, se acabó el juego para ella y puedo discernir la raíz del problema.
Alguien esta ligando con ella, un tipo de esos que vienen a cargarse mi adorado rollo irlandés. Por culpa de gente como esa ya no se pueden oír a los Dubliners, ni a The Pogues, solo mierda comercial de los cuarenta principales. Por culpa de gente como esa mi alma va muriendo lentamente por culpa del excesivo consumismo generado por las grandes empresas. Los odio.
Sirvo las dos San Miguel pero se me cae una y el jefe que sigue al acecho me mira fijamente. Tengo una mezcla de ira, pena y nerviosismo que no quepo en mí. Abro otro botellín con el borde de la barra, se las doy a los idiotas y me dirijo hacia mi futuro. El jefe me mira incrédulo sin saber que es lo que pasa, pero una cosa si se puede imaginar, nada bueno. Creo que todo el pub se ha percatado de ello.
Atravieso la barra de izquierda a derecha y aparto al colega, sin querer, de mala manera. Lo siento por él pero en este momento no puedo recapacitar. Rojo de furia salto la barra y empujo al tipo con todas mis fuerzas, haciendo que caiga al suelo. Por suerte para mí está solo y le pido de forma agresiva que se vaya del bar, a lo que él se niega. Mis puños son dos pinceles y su cara mi mural. Esta noche, sin temor a jefes ni represalias, voy a pintar mi capilla Sixtina. Alzo mi brazo con ansias de asestar mi primer y espero mi único golpe pero alguien me placa.
En parte, por la adrenalina que secreta mi organismo y en parte por el golpe, me siento mareado. Abro los ojos y lo primero que veo es esa cara, es ella. De reojo puedo ver como grita mi jefe y por su cara tengo claro que estoy despedido, pero me da igual. Ella está ahí sonriéndome y eso no hay dinero que lo pague. Un hombre sabio me dijo que todo lo que se pague con dinero es barato y esto no hay riqueza capaz de pagarlo.
Me levanto, sonrío a todos los presentes y le doy la mano a mi musa animándola a salir de lo que ahora me resulta un antro.
Cualquiera diría que acabo de perder 4 años de mi vida en ese pub irlandés, pero mi realidad es otra. Gracias a ese lugar e indirectamente a su endemoniado dueño, mi vida acaba de comenzar.
Nº 45 UN VIAJERO LLEGÓ A UNA POSADA: VAMPIROS
No le hizo gracia tener que detenerse en aquella posada. Ya era noche cerrada y la
oscuridad no dejaba apenas ver entre los árboles del bosque que debía cruzar. Era obvio que
no llegaría a la ciudad antes del alba. Dejó su caballo en la destartalada cuadra, donde le
aseguraron que no le faltaría de nada y, ya en la posada, se dispuso a cenar algo caliente.
_¿Qué le trae por estos lares? -le preguntó el orondo posadero, mientras le servía un roñoso
plato de caldo hirviendo.
_Voy a la ciudad -contestó-, para advertirles de que corren un terrible peligro.
_¿Y de qué peligro se trata, si puede saberse? -le preguntó de nuevo el posadero, sin hacer la
más mínima mueca.
_Desde los pantanos del norte -respondió, mientras daba buena cuenta del caldo, que no era
especialmente sabroso, pero que le hizo entrar en calor-, se acercan varias hordas de
vampiros. Tengo que avisarles para que estén prevenidos.
_Oh, eso no será necesario -afirmó entonces el posadero.
_¿No?
_No -repitió, mostrando en ese instante dos enormes colmillos afilados-. Ya no queda nadie en
la ciudad. Por eso ahora esperamos a los viajeros a las afueras…

Nº 46 Gracias, Laguna
Bar Jiménez. Se dan comidas. Hace esquina. Habría que pintarlo. Huele a agrio. Un día de verano del año pasado. Entra el Richar, pide una caña. El Canillas se la sirve con un aperitivo de patatas fritas grasientas con pimiento verde. Jugando a la máquina, está Zenón, que se ha hecho cinco partidas. El Richar le pide a Zenón que le deje jugar. “Sólo una bola”, le contesta Zenón. El Richar juega; consigue dúplex y luego tríplex y el marcador se vuelve loco cuando la bola se cuela en el agujero llamado “Stand by”. Explosión de luces y pitidos. Se hace tres partidas. El Richar dice que esas partidas son suyas. Zenón dice que de eso nada. El Richar le da un puñetazo en el hombro, “¡qué dices tú!” Y Zenón comienza a sollozar y se va.
Bar Recreo. Se dan comidas. Hace esquina. El dueño tiene la uña del meñique muy larga. Las sillas y mesas son de formica marrón. Huele a metano y a orina. Especialidad: el bocadillo de calamares. El Laguna apura su vaso de vino. “Una del tropi, Paco”. Y sigue hablando con el camarero: “Ya sé que hay mucho paro. Pero no hay que asustarse. Hay que trabajar, pero con cuidado, poco a poco, sin hacerse daño. Yo ya le he dicho a mi hijo: vete con cuidado, hijo mío de mi alma, y cuídate las manos, que las tienes bien bonitas, como tu madre…”. “Y hablando del ruin de Roma…”, dice Paco, sirviéndole el vino. Zenón entra por la puerta. Hay un matrimonio riéndose en la barra, tomando un vermouth y un pincho de tortilla. Zenón dice: “me ha pegado el Richar y me ha quitao la máquina”. “¡Tú eres tonto, siempre te están pegando! ¡Algo harás! ¡Anda, tira pa’ casa, tira pa’ casa, y dile a tu madre que hoy no subo a comer! ¡Pegar, pegar! ¡Siempre te pegan! ¡Anda, tira!”. Zenón gime y el Laguna le da un pescozón. “¡Sube pa’ casa te he dicho, vas a llorar aquí! ¡Llorón, que eres un llorón!” Zenón se va compungido. “No es manera de tratar al chico, Laguna”, le dice Paco. “¡Pero qué chico ni qué ocho cuartos, si tiene 20 años, joder!”. “¿Tu hijo tiene 20 años?” “¿Mi hijo, el llorón? ¡Ese no es hijo mío! Bueno, me voy; apúntame esto”. Y se dirige a la puerta, saludando a los obreros que comen en las mesas: “Caballeros, que aproveche”. “Gracias, Laguna”.
El Laguna. 64 años. Pensionista hace seis. Cobra el día 20 de cada mes. El 21, paga al bar Jiménez y al bar Recreo las cuentas abiertas y le queda para tabaco, lotería y poco más. Su existencia consiste en frecuentar estos dos bares, beber vino y ver la vida pasar. Siente el sol calentándole la cabeza, los hombros y los brazos. La fuerte luz del mediodía le daña los ojos. El Laguna morirá dentro de dos horas. Sin embargo, hoy es un día normal. Ha bajado, ha tomado un vino. Luego ha tomado otro y luego otro y otro más y luego otro. Ha venido su hijo sollozando y le ha mandado para casa. Y ahora va a tomarse otro vino.
El Richar. 46 años. Parado. Ferrallista. Casado, cuatro hijos. El Canillas acaba de poner una caña al Richar con un plato de boquerones fritos de aperitivo. Las tres mesas del bar Jiménez están ocupadas por obreros comiendo lentejas de primero, escalope de segundo y flan, yogurt o fruta de postre. En cada mesa hay una botella de vino Perlado y otra botella de Casera. El Canillas y el Richar están hablando de tías. “La mejor de todo el barrio es la Exquisita”, dice el Richar. “¿Tú has visto a la hermana?”, dice el Canillas. ¿La Exquisita tiene una hermana?” “¿Que si tiene una hermana? La hermana está veinte veces más buena que ella”. “¡No jodas!” “Sí jodo, sí”. Por la puerta entra el Laguna: “¡Ave María Purísima!”. Y el Canillas y el Richar responden: “¡Sin pecado concebida!”. Los obreros se ríen. El Laguna los saluda: “Caballeros, buen provecho”. “Gracias, Laguna”. “Una del tropi, Cani, hijo, que vengo sediento; ¡qué calor hace!” El Canillas le pone un vino. Se lo bebe de un trago y pregunta: “¿Qué ha pasao con el chico?” “Pues que es un flojo”, dice el Canillas. “Tu hijo es un gilipollas, Laguna, te lo digo yo”, le contesta el Richar, “ahí le he dejao sus partidas”. El Laguna dice: “Este chico mío es tonto”. El Richar le invita al vino. Luego, el Laguna pide otra ronda. El Richar dice que tiene que irse ya. El Canillas pone la ronda, “la penúltima por cuenta de la casa”. Los pone medio huevo cocido de aperitivo, con un salero al lado. El Richard se come su medio huevo de un bocado y se bebe la caña de dos tragos. Y el Laguna dice: “¿Qué fue lo que dijo Fu-Manchú al morir?” Y los tres, gritan: “¡Volveré!” Los obreros miran divertidos. El Richar abre la puerta: “Me voy a comer”.
El Canillas. 45 años. Soltero. 110 kilos. Colesterol: 320. Tensión: 9-16. Heredó el bar de su padre, hace diez años. Lleva veinte trabajando en él. Está barriendo el suelo. Los obreros ya se han ido hace una hora. El Laguna está con un vaso de vino en la mano mirando la calle. Están solos. “¿Cuánto hace que nos conocemos, Canillas?” “De toda la vida”. El Canillas va a la cocina. Cuando sale con el recogedor y el cubo de la basura, el Laguna está sentado. “Coño, Laguna, nunca te había visto sentao, ¿estás malo?” “Estoy cansao; tengo como frío”. “¿Una del tropi?” El Laguna apura el vaso y dice: “vale”. El Canillas entra en la barra y carga café, pone una taza en la máquina y aprieta el botón. Sirve un vino y lo lleva a la mesa. “Gracias”, dice el Laguna. “Las que tú tienes”, contesta el Canillas, que va a tomarse el café. Se pone dos sobres de azúcar y, cuando está dando vueltas, oye una especie de rugido y un ruido de sillas y mesas arrastradas por el suelo y se vuelve: ve al Laguna con la cabeza colgando, la mandíbula metida en el esternón, los brazos también colgando y despatarrado. La pierna derecha sufre un espasmo y la cabeza se ladea hacia la izquierda. El vino del vaso se balancea. Luego, quietud y silencio. El Canillas sigue dando vueltas al café observando la escena, levanta una ceja, niega levemente con la cabeza y piensa: “¡Estoy hasta los cojones de este puto bar!” Por la puerta entra Zenón. “¿Está aquí mi padre?” Y el Canillas, apuntando con la barbilla al cuerpo del Laguna, le contesta: “Ahí lo tienes”. FIN.
Nº 47 TIT: LOS DOS ESTÁBAMOS SOLOS

Los dos estábamos solos y una amiga común nos hizo intercambiar nuestros correos electrónicos. Iniciamos un intercambio de dudas y sentimientos. Nuestros comienzos fueron tímidos y respetuosos. Al amparo de la intimidad de cada uno logramos intercalar algún chiste jocoso sobre nuestras necesidades no cubiertas.
¡Qué suerte habernos descubierto! Resultamos ocurrentes en nuestras conversaciones. Somos amigos aunque podríamos haber sido algo más. Tú tenias una ilusión en alguna parte y yo tenía un amor sin olvidar del todo. Tú y yo estamos a mitad de camino de todo entre nosotros. La amistad nos pidió conocimiento. El conocimiento nos llevó a la ayuda mutua. Lo intuí, amigos para siempre. La deslealtad y la soledad nos condujeron al mismo camino, en paralelo.
Confidencias cómo si fuéramos pareja. Relaciones creadas a la inversa del camino a recorrer. Hemos expresado nuestras esperanzas para el futuro, que nos encontraremos de vez en cuando para compartir momentos e intimidades del alma, confidencias mano a mano donde pudo haber piel con piel.
Sustituir besos de papel por besos en las mejillas al encontraros y al separarnos. Un abrazo de oso para consolarnos cuando la emoción nos impida continuar nuestros relatos. Crear relaciones que nos dure en el tiempo hasta que volvamos a vernos después de muchos e-mails y muchas semanas. Cuando el ordenador esté saturado de soledades y necesidades confesadas, volveremos al mismo lugar a llenar nuestros espacios vacios. Sincera amistad creada al amparo de un secreto, sentimientos sin confesar, caricias por descubrir, de abrazos sin recibir.
Tú me dejas entrar en el secreto de tus sueños por realizar, yo te incluyo en mis proyectos por concluir. Compartiremos silencios y la música. Compartiremos el viento y la velocidad de la vida, aunque ahora nos parezca que no avanza. Haremos que la soledad de la creación no compartida no nos venza. Que la vida fluya entre nosotros como río, en la búsqueda de nuestros propios anhelos y nos lleve donde ella quiera ¿Qué nos deberíamos haber encontrado antes? Antes estábamos preparándonos para fracasar, preparándonos para esta amistad, preparándonos para crear de dos errores un milagro, preparándonos para toda una vida. Que nuestra amistad deje la clandestinidad y nos dejen seguir siendo amigos. Que perdure más allá del amor que siempre tiene código de barras.
Nuestras relaciones anteriores no dieron lugar a la amistad. La convivencia y la intimidad defraudada compensada con la lealtad y confidencias de amigos. A veces en el mismo bar de nuestro primer encuentro. A veces en un rincón en el bar de enfrente. Desde nuestro primer conocimiento cambiamos a menudo de establecimiento sabiendo que no comprenderían los encuentros que tenemos. Pero siempre habrá un lugar que compartirá una, otra y otra vez nuestro secreto.
Nº 48 CAFÉ VOLGA

Despertó con resaca. El cúmulo de cartas que halló sobre la mesa que luchaba por no besar el suelo; le produjo agobio. Se levantó. El espejo le devolvió la imagen del cartero del pueblo:
-¡qué raro! por un leve instante creí que era otra persona- pensó en voz baja.
Metió las cartas en el maletín y agarró la bicicleta. Se dispuso a salir, esperando no encontrar en el pasillo; al casero que nunca mira a los ojos. Ganada la calle respiró con alivio. Al abordar la bicicleta se topó con “serruchito” el perro del faquir; haciéndolo a un lado dobló la esquina sin farol y se alejó calle abajo.
En Café Volga envuelto en la bruma de los contertulios agobiados por la tos, el cartero organizó con habilidad pasmosa las cartas. A su mesa y sin solicitarlo, llegó un vaso de vino Rioja. El joven cartero fue sutil con el gato de la Cooper, que mordía con tesón, el cordón de su zapato. De nuevo más de lo mismo. El cartero miró a la barra:
Recostado y engullido por la crápula, halló a un anciano que le buscaba con la mirada, en ademán de aprobación.
Muchas fueron las mañanas que de niño y camino a la escuela huérfana de pizarras, pegó la nariz a la vidriera soñando con entrar al café. Los ojos de chiquillo observaron asombrados a Picho- el carnicero del pueblo-, bromear con las coperas a la vez que con la goma del lápiz; hacia figuras con el vapor aposentado en el cristal.
Los recuerdos se disiparon al escuchar el Willys que descargaba a las meretrices venidas de Alcalá. Dominga la tabaquera alivió su espalda en una de las puertas del Café. Miró al interior y desde afuera preguntó:
“¿Han visto a Maro Díaz?…por ahí lo anda buscando Eleazar…parece que tiene la sangre hirviendo”.
Adriano Rojas se levantó rengueando de la mesa en la que a solas rumiaba sus penas, se acercó a la puerta y dijo a la mujer:
“no hace mucho estuvo aquí tomando café con el escritor sombrío”.
…pero volvamos a nuestro joven cartero:
Apuró el café, dejó unas monedas y salió a ser portador de noticias. El anciano lo alcanzó en el límite de la acera y le dijo:
“Has a un lado el afán…en vano será tu esfuerzo”
El cartero ya sobre la bicicleta lo miró y dijo:
“Acaso eres dueño del destino…”
“Una de las cartas confirmará la sentencia” –dijo el anciano
El cartero abrió al azar uno de los sobres. El espanto lo invadió al ver que el hombre se esfumaba ante sus ojos.
Sus manos arrugadas sostenían la carta, en la que se podía leer:
“He desempeñado el papel a la perfección, grato es verte en mi lugar. Entra la barra te extraña; no tardo en regresar…no olvides que yo soy tu.

Nº 49 VENÍ…BAILEMOS
Incluso antes de llegar al lugar para encontrarse con aquella antigua escalera de desgastadas maderas oscuras, no tanto por su nobleza sino por el uso, había comenzado a sentir el 2/4 de las arrastradas notas del bandoneón. Se quedó un rato sin saber que hacer. La calle silente y oscura quizás era aún menos acogedora que aquella música que nunca había podido aceptar.

– Sacálo del closet y comenzá a estudiar. No podés estar todo el santo día dándole a esa pelota.

Y una vez, cuando vio que el viejo parecía perder la paciencia, corrió a sacar el antiguo bandoneón y tras cerrar con llave la puerta de su pieza comenzó a buscar la forma de sacarle sonido primero y luego a adivinar las notas de la elemental música de moda que en la radio iba sintonizando.

– Tocá milonga…el bandoneón está hecho para la milonga – escuchó que del otro lado de la puerta gritaba su viejo.

Pero, pudo más, el hedor a tabaco y licor que por décadas había acumulado el antiguo instrumento en interminables noches y amanecidas en bares de callejones y suburbios.

– ¡Es asqueroso! – le espetó esa vez al viejo.- además, ésa que tú decís es música de viejo.

Jamás pudo olvidar la cara de turbación del padre, con sus ojos brillantes por el llanto contenido
Comenzó a descender lentamente para detenerse a media escala. Sólo el pasoso olor del licor que tanto requería en ese momento y que tenía claro no podía seguir buscando en aquellas horas de la noche, lo obligó a seguir descendiendo para ir a instalarse al final del oscuro mesón.

– Me invitás un trago – la mujer con la que había estado intercambiando miradas se había acercado para instalarse en un taburete cercano.
– Y bueno…¿por qué no?.
– ¿Qué celebrás?
– ¿Celebrar?
– Y bueno; no sé…
– La muerte de mi viejo
– Perdón…disculpáme…- dijo tan sólo la mujer aproximando su vaso para chocarlo con el del hombre.

Del otro lado del local, el incansable cuarteto de músicos, parecía estar pauteado por borrachos que gritaban sus propuestas tras el término de cada tema.

– ¿Bailamos? – dijo la mujer después de un rato.
– ¿Qué es eso?
– ¿Cómo que es eso?…milonga ¿no escuchás?.
– Esperá…

El hombre se había quedado estupefacto. Mudo e inquieto no consiguió atajar las lágrimas, que en ese instante inundaron sus ojos. El recuerdo del padre como un relámpago se había cruzado por su mente.

– Aprendé la milonga…algún día verás que es maravillosa.

Nº 50 LA TABERNA DE EL PULGA

Mario, cuarenta y ocho primaveras, soltero y sin descendencia -dicen las malas lenguas que por gustarle más la trucha que el bacalao- acostumbra a sentarse siempre en la misma mesa, y cuando ya está ocupada, su cara se tuerce en una mueca de contrariedad y pasa a encaramar sus enormes posaderas en uno de los taburetes frente a la barra. Es corredor de seguros, aunque su anatomía arroja muchas dudas sobre el primer término de su profesión, ya que es un tipo orondo que supera con creces las diez arrobas. La crisis ha hecho mella en sus alforjas y ha pasado de la ración doble de ibérico de bellota con la que iniciaba su menú diario a unas aceitunas sin hueso los días que mejor se le da el negocio.

– Esta puta crisis va a acabar con nosotros. Esta mañana, sin ir más lejos, me han devuelto cuatro recibos. Y no he colocado una póliza desde hace semanas. Anda, Pulga, ponme un bocata de calamares que me largo rápido.
– ¡Marchando uno de calamares fritos y una cañita para empujar!
– No te quejes, Mario

Marcial, apodado “el Bujías”, ensucia a diario la misma silla con su mono cargado de grasa. Su casa, dice, le pilla muy a desmano para ir a comer, pero en realidad lo que hace que el Bujías eluda los frutos de los fogones de su madre, a parte de la chistorra frita y del queso de idiazabal del Pulga, es la Trini, la peluquera. Marcial se separó hace años, en parte porque su mujer se cansó de frotar grasa, en parte porque un día que decidió darle una sorpresa, le pescó revisándole los bajos a una clienta. De nada sirvieron las excusas ni los arrepentimientos de él; Antonia le echó de casa y si te he visto no me acuerdo. Al no haber prole de por medio, la cosa se solventó con unas firmas y un arreglo económico más o menos ecuánime.

– A las muy, pero que muy buenas, prenda. Pulga, cierra la puerta, no sea que se escape este ángel que acaba de entrar.
– Déjate de coñas, Marcial, que no está hoy el horno pa’ bollos. Pulga, ponme un bocata de lomo, que me espera la Juani para darse brillos.

Trinidad Sánchez es una mujer de bandera, de las que ya no abundan. A sus cuarenta y tantos sigue levantando pasiones a golpe de tacones y bamboleo de caderas. Es una hembra bien formada, con más curvas que Orduña y mejor delantera que el Athletic de Panizo. Es madre soltera de un zagal que ya muestra pelusilla sobre el labio. Dicen que el padre fue un cargo importante del ayuntamiento, pero la Trini jamás ha soltado prenda sobre el progenitor del muchacho. Ella misma lo ha criado a fuerza de hacer permanentes y teñir canas. Nunca se le ha conocido novio, aunque postulantes no le faltan, pero ella aduce que con un hombre en su vida tiene más que suficiente, y el cargo lo ocupa de manera vitalicia su hijo Samuel. No obstante, el Bujías no pierde la oportunidad de trastearla cada vez que se cruzan, y eso sucede prácticamente a diario en la taberna del Pulga a la hora de comer.

– Pulga cóbrame, que me voy pitando.
– Son cuatro euros, Mario. La voluntad déjala pa’ cuando la cosa marche mejor.
– Oye, Trini, ¿a ti no te interesa hacerte un seguro de vida? Mira que si te pasase algo, el chaval iba a quedarse a verlas venir.
– No seas malasombra, Mario, que gozo de buena salud. Y el día que yo no esté, a Samuel no le faltará de nada, de eso se encarga la Trini. Además, ya me encasquetaste la póliza pa’ la peluquería y aún no he dado ni un parte.
– Cuando quieras, que para eso estamos. Abur pues a la concurrencia.

Mario deja los cuatro euros sobre la barra y sale más que pitando, bufando, con paso lento y cansado, como un paquidermo camino de su particular cementerio.

– Yo también me piro, Pulga. Dime qué se debe y me cobras lo del monumento.
– Lo mío me lo pago yo, majo, no vaya a ser que luego quieras cobrarte el convite de otro modo.
– Así me gustan a mí, sobradas y con carácter. Si tú quisieras…..
– Tres veinte lo tuyo, Bujías, y dos ochenta lo de la Trini.
– Que no, Marcial, que no quiero. Ea, ahí va lo mío. Adiós Pulga, y cuidadito con los bichos que se te cuelan en la taberna…

El Pulga se afana con el estropajo y la bayeta intentando dar esquinazo al sopor que intenta apresarle. Entre tapa y caña, ha podido comer algo y tomarse un vinito. Cuando todos se vayan, pasará la escoba y el mocho, echará el cierre y a descansar junto a Clara, su mujer. A veces logra salir pronto y ver a Lucía y a Tomás antes de que su madre les acueste. Se mete temprano entre las sábanas porque a las cinco ya está de nuevo en marcha para preparar los pintxos del día. A pesar del cansancio, a Arturo le gusta su trabajo.

Next Post Previous Post

Comments are closed.